El Síndrome de la Espera Eterna

—Buenos tardes, Doctor.

—Buenas tardes, pase y siéntese, por favor

Julio se sentó en el diván rojo, ¿por qué todos los psiquiatras tienen un diván rojo? ¿serán realmente terapeúticos? ¿O es sólo el cliché?, en fin, se sentó y esperó a que el Doctor empezara a hablar, nunca le había gustado empezar él


—He revisado su caso, padece del Síndrome de la Espera Eterna, ¿Correcto?

—Sí, doctor.

—¿Sabe en lo que consiste?— Interrogó el Doctor con sus penetrantes ojos gris claro —Es una enfermedad extraña, ya casi nadie la padece en estos tiempos.



¿Que si sabía en lo consistía? Julio la padecía desde hace casi 5 años, obviamente sabía en lo que consistía; Era un desorden psicológico que lo hacía esperar a un ser querido que ya había perdido. ¿Acaso el imbécil doctor creía que no sabía qué era lo que tenía?.

—Sí, doctor.— Se limitó a contestar.

Dos horas después, estaba en la cafetería de siempre, bebiendo lo de siempre y escuchando en su iPod a Astor Piazzolla, un tango que se llama "En La Huella del Adiós", es curioso; Julio escuchaba ese tango cuando la conoció, y ahora se siente identificado con la letra, cuando jamás imaginó perderla...

Estaba sentado en esa misma silla, en esa misma mesa y con esa misma bebida leyendo "La Jornada" cuando la vió entrar en la cafetería, una chica delgada, de ojos castaños y pelo del mismo color, no era alta ni baja ni fea ni guapa; era ella.


4 años y 9 meses después no había pasado un solo día en que el no estuviera sentado a la misma hora en la misma silla, por si volvía.


Salió del café a la hora de siempre y caminó rumbo al metrobus, compró el cigarro de siempre (Marlboro rojo) y aguardó al transpore, cuando llegó lo abordó con la excelente voz de Thom Yorke y su "How To Disappear Completely" susurrándole en los auriculares de su reproductor, se sentó y esperó a llegar a su casa.


Bajó en la estación Hamburgo, camnió las 3 cuadras a su casa, metió la llave en la cerradura (que el estúpido cerrajero había puesto al revés) y entró; se descalzó, se sirvió una copa de Oporto y puso su disco favorito: "The Bends" de Radiohead, entró al baño y como por instinto revisó la estabilidad de los barrotes de la ventana, después, y cantando "Fake Plastic Trees" ató sin pensarlo un extremo de una cuerda al barrote; el otro lo dejó suelto.


Fue a la cocina y cenó su comida favorita, que llevaba desde el restaurante; una Lasagna (antes era el sushi, pero cuando la conoció dejó de comerlo pues a ella no le gustaba, y se adaptó a la dieta de ella, que consistía, básicamente, en comida italiana) Lavó el único traste que ensució (aunque seguía poniendo la mesa para dos) y le dió el último trago a ese excelente vino Oporto (servido, como todas las noches, en dos copas).


Regresó al baño y ató el otro extremo de la cuerda a su cuello, subió al retrete (elegido por ella) como si fuera un escalón, cerró los ojos, contó hasta tres y se dejó caer...


...Todo había acabado y "Bullet Proof...I Wish i Was" sonaba en su casa.

1 Response to "El Síndrome de la Espera Eterna"

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Anónimo Says:

Kenichewah!:
Ok...perturbador...extraño...Genial, me agradó. Es...lindo, aunque asusta.

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